20 junio 2008

El arduo camino entre lo viejo y lo nuevo


Siempre que aceptemos que las enfermedades crónicas no comunicables son el problema de salud más serio de la epidemiología contemporánea y que los resultados de la intervención médica sobre ellas no ha logrado hasta ahora controlarlas efectivamente, estaremos habilitados a reflexionar creativamente sobre esta situación.

La Medicina dispone de recursos del más alto nivel: conocimiento riguroso de los mecanismos biológicos implicados, estudios complementarios que permiten la detección temprana y la estratificación fundada del riesgo prospectivo, agentes farmacológicos con un alto grado de eficacia y baja toxicidad. Los mejores tratamientos, sin embargo, no logran ser sostenidos por los pacientes durante los largos períodos en que son requeridos para que su impacto clínico se manifieste. Durante las últimas décadas estos recursos se han incrementado de manera notable, pero la cantidad de enfermos también.

La propia naturaleza multifactorial de estas patologías y sus vínculos con la cultura y los estilos de vida explican algunos de los aspectos de lo que sucede. Pero en esta oportunidad concentraremos la atención en un aspecto bastante poco abordado en la bibliografía hasta hoy.

Todo parece indicar que: sabemos qué hacer, pero no sabemos cómo hacerlo.

Esta aparente paradoja debería constituir un estímulo para el análisis de la propia práctica y de sus magros resultados. Una hipótesis palusible podría ser que existe una falla en la logística de implementación de los recursos de los que ya disponemos.

Un modelo asistencial gestado para satisfacer las necesidades de la epidemiología del siglo XIX -en la que predominaban las enfermedades infecciosas agudas- podría resultar inapropiado para responder a las demandas del presente.

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